Simon se Puso Flamenco

 

Por Antonio J. Rosado


A Paul Simon jamás se le olvidará la noche de su concierto en Málaga. Además de haber sido un exitoso colofón de gira, su última noche de la "Graceland Tour" sirvió de puente para el inicio de unas merecidas vacaciones que pasará, en gran parte, en nuestro país. Para empezar, nada más propio de la tierra que una comedida pero auténtica juerga flamenca, en la que tanto el norteamericano como sus compañeros africanos tuvieron oportunidad de demostrar sus dotes de bailarines, pese a lo diferente de las culturas.

La mezcla resultó verdaderamente llamativa. Un semi improvisado, pero acogedor recinto sirvió para convertir una apacible reunión en la manifestación artística más extravagante. La fiesta comenzó por una exposición de productos típicos y terminó en una especie de rito zulúrumbero, coronado, como era de esperar, por el propio Paul Simon. El desmadre fue breve, pero los acontecimientos se aceleraron vertiginosamente. Tan solo faltó una dosis de estilismo extraterráqueo con la mismísima Grace Jones, que a buen seguro se hubiese divertido. La oscura esteta ya montó su número en el palco de las autoridades durante la actuación de George Michael. No se concibe cómo a alguien se le olvidó avisarla.

Ante la exhibición ofrecida por tan genuinos hispanos, quién sabe si este músico-antropólogo termina por organizar una gira flamenco-folk después de finalizar su próximo proyecto de cultivo de los ritmos brasileños. Con permiso de sus estelares amigos, Hugh Masakela y Miriam Makeba, quienes, aunque se separan de Paul oficialmente tras esta gira, seguirán unidos a él para futuros trabajos.
La predisposición de todos para la juerga no podía ser más favorable: por parte de los invitados, ya se pueden imaginar con qué ganas cogieron el asunto de la fiesta privada. Por su parte, los anfitriones respiraban bien a gusto tras haber saldado con relativo éxito la definitiva prueba de fuego de este concierto. El encargado, por esta parte, de descorchar la botella de la euforia fue el concejal de Cultura, Francisco Flores, quien no se cortó lo más mínimo en zarandear su cuerpo serrano, sin ningún arte, pero con las dosis permitibles de gracia.
La distensión con la que acaecieron los hechos era tan real que a algunos les llegó a parecer un sueño. Si la organización de todos los conciertos internacionales fuera igual que el de este profesional, bien se podrían contratar unos cuantos más a lo largo del año. Al menos eso pensaban los responsables.
Para que se hagan ustedes una idea, Paul Simon no quiso almorzar más de la cuenta porque, decía, tenía que trabajar luego. ¡Claro, tenía un concierto! Tres horas y media antes de empezar el espectáculo era el propio protagonista quien estaba terminando de atar cabos, probar sonido, ensayar, y culminar otros detalles.
Mientras agotaba las horas de espera, charló, recogió en brazos a niños, rió, gastó bromas, y se mostró muy exigente a la hora de pedir todos los posters y carteles que fueran necesarios para firmarlos. Además, se enojó al ver el camerino que le prepararon, al estimarlo demasiado lujoso y grande, por lo que quiso que fueran los músicos quienes allí se acomodaran. Los encargados del servicio, quienes esta vez no se encontraron gorila alguno que les obligara a dar media vuelta, con las bandejas de pasteles en la mano, tras un gruñido.
Todo esto llegó a descentrar un tanto a los responsables de la producción, en el sentido en que aún pesaba los quebraderos de cabeza que les dio aquel niño rubio y guaperas, que iba de estrella inalcanzable, y que dio todo un recital de pataletas.
Frente a la predisposición amable y seria de uno, la duda y la incertidumbre la comparecencia del otro. Ante el buen humor del norteamericano, la agritud del británico. La profesionalidad de Simon, contra la irresponsabilidad de George Michael.




13 de Julio de 1989
Diario Sur (Málaga)

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