Paul Simon,
el Lujo de lo Simple

 

Por Juan Rafael Cortes


El veterano cantante americano Paul Simon acabó, en la noche del pasado martes, con el maleficio que sobre el estadio de La Rosaleda caía desde que el 3 de Julio se inaugurara una innovadora y desafortunada edición de las Serenatas Luna Joven. El primero de los conciertos, ahogó la brillantez de los músicos en unas insufribles esperas e intermedios entre las actuaciones. El segundo de ellos se suspendió por la incompetencia de una organización que pecó de falta de seriedad. Pero esta vez, sí que llegó la vencida en la tercera oportunidad, de la mano de un músico casi cuarentón que protagonizó un maratoniano show de tres horas de duración.
Simon no lleva gafas de espejo ni pendientes, él no cuida su barba ni sus vestiduras, no esconde a sus músicos bajo el furor del humo prefabricado, ni salta ni baila. Viste con vaqueros y no se congela melodramáticamente en poses más que ensayadas; no habla por voz electrónica ni usa de los adelantos que actualmente ofrece el sonido pregrabado. Paul no cobra IVA ni retoza en Ibiza, pero, eso sí, lleva más de treinta años haciendo música. El en otros tiempos Jerry Landis, nacido en Nueva Jersey en 1941, con su escaso metro ochenta -si es que llega-, fue el protagonista, en la noche del 11 de Julio, de uno de los más innovadores y representativos espectáculos que se vio en directo jamás: la gira europea de Graceland, prolongación de un "tour" que empezó en 1986 y que llega a su fin.
El escenario era de lo más simple que se puede ver hoy por hoy, pero no por ello el evento fue menor. El espectáculo no estaba en lo alto de los andamios, sino justo debajo de ellos. Los casi treinta músicos apenas cabían cogidos de la mano a la hora del cierre, pero la audiencia no cesó en sus gritos y los brazos en alto nunca desaparecieron en las primeras filas.

SIN DESCANSO
Los encantos de Simon fueron salpicando sabiamente sus intervenciones con los espirituales de la banda de Joseph Shabalala, los "plumíferos" de Miriam Makeba y los impresionantes "trompeteos" de Masakela, en un concierto que no dio lugar a descanso ni al aburrimiento, ya que no se concedió ni un solo tiempo muerto.
Los diez componentes de Ladysmith Black Mambazo, banda que empezó a trabajar a finales de los 60, hicieron un derroche de simpatía y buen humor y demostraron sus grandes cualidades para lo del gospel, endulzando la velada con cantos ngomabusuki, típicas sinfonías de las calles de Soweto.
Hugh Masakela y su trompeta también participaron del éxito con unos temas salpicados de la emoción y el dolor de un músico que estuvo exiliado durante un cuarto de siglo. Masakela y su trompeta también participaron del éxito con unos temas salpicados de la emoción y el dolor de un músico que estuvo exiliado durante un cuarto de siglo. Masakela contó, bajo el "chucuchú" del tren, las vivencias de los trabajadores que, desde todos los puntos del continente, van a trabajar a las minas de oro.
Miriam Makeba, la cantante que debutó en la canción a finales de los 50, ferviente defensora del desarrollo de África y muy comprometida políticamente, coloreó la escena con sus bailarines y anticipó la que fue la definitiva obra de Simon.

LOS MUSICOS
La nómina de excepcionales instrumentistas que acompañaron a Paul durante sus actuaciones fue de auténtico lujo. Dos saxofonistas, a la izquierda, dieron la nota más importantes en lo que a viento se refiere. Al otro lado de la carpa, dos guitarristas hicieron lo propio con las cuerdas.
Con la batería estaba un solo hombre, pero ¿cuántas manos podía tener?...; y en los timbales, dos torres de color que hicieron un derroche de energía en una pequeña pugna particular, que duró casi diez minutos. A cargo de los teclados, que apenas aderezaron la noche, otro músico, obviamente de color.
El trabajo de Paul Simon fue un ir y venir de presentaciones y alguna que otra de sus conocidas composiciones para no cansar a las más de veinte mil personas que llenaban La Rosaleda. Los temas de "Graceland" se sucedieron a lo largo de las que fueron tres cortas horas de concierto. Pero el público quería algo más y, al pie del escenario, se sentía la necesidad de oír algo clásico.
Todos sabíamos lo que tenía que pasar, pero nadie abrió la boca hasta que, recién alumbrado un nuevo día, cuando los relojes marcaban las doce de la noche, Paul arrancó gas de los mecheros y erizó el vello a más de uno. Simon hizo dos de los más viejos y conocidos temas de lo que fuera Simon & Garfunkel. "The Boxer" sonó primero y, acto seguido, bajo un silencio casi sepulcral, empezó a hablar por medio de su guitarra y a susurrar su "Sound Of Silence".
Nunca gritó más alto el silencio y jamás se vivió tanta emoción en un espectáculo de similares características. El músico, que no pronunció ni una sola palabra en español -como todo buen americano- y que fue afable dentro y fuera del césped, volvió a salir, tras un mínimo descanso, para interpretar, junto a los que fueron sus acompañantes, el himno oficial en contra del apartheid.

MOMENTOS CLAVE
Los minutos que más fervientemente se vivieron fueron, sin lugar a dudas, los que acogieron a dos de sus más conocidas canciones: "Graceland" y, sobre todo, "You Can Call Me Al", que sonó por partida doble. Pero la media noche pudo más que todo esto y los clásicos vieron cómo alguna que otra lágrima caía, en esta ocasión no en la arena sino en el césped o, mejor dicho, en las lonas que lo cubrían.
Cuando el final era ya inminente, tras cantar el "Dios bendiga Africa", la gente coreó el nombre de Mandela y el emocionado adiós de los músicos gritaba incluso más que el anterior silencio o que los aplausos que en aquella noche arrancó Simon y su séquito de lujo.
Fue una velada memorable, donde hubo que quitarse el sombrero para reconocer que este músico pequeño, mal trajeado y algo tímido es algo sin par. Paul Simon extrajo de la convivencia con las tribus sudafricanas, durante los últimos cinco años, un conocimiento del sonido étnico que lo cualifica como el máximo exponente de unas tendencias musicales que cada vez nos son más próximas y que nos acercan a un mundo que hasta ahora nos era ajeno.


16 de Julio de 1989
Diario Sur (Málaga)

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