Una Pareja Imposible

 

Por Carlos Fresneda


"El sonido del silencio" es muy distinto cuando la segunda voz la pone Bob Dylan. Cuesta reconocer incluso a Paul Simon, haciendo lo imposible por acoplarse a su nueva y desgarbada pareja musical: Simon & Dylan en concierto, los padres fundadores del folk-rock, unidos en una nostálgica gira que toca a su fin en el Madison Square Garden, ante un nutrido puñado de cuarentones neoyorquinos dispuestos a pagar 20.000 pesetas por verlos y escucharlos en primera fila.
"Hay que hacer cualquier cosa por impedir que estos dos monstruos canten a dúo", han llegado a decir los críticos. Y también: "¡Garfunkel, donde quiera que estés, impide que se consuma el adulterio!".
Corrían rumores de que tal vez en Nueva York, como en otras citas, Garfunkel acudiría en auxilio de Simon con su insustituible voz cristalina. Pero no fue así, y Dylan se vio en la tesitura de hacer un falsete o de camuflar su voz entre los pliegues de Paul Simon, como al final fue.
El silencio, claro, no vibró como solía. A los 15.000 pares de oídos que colmaban el Madison no pareció importarles demasiado. El caso era oírles cantar boca a boca, a Simon & Dylan, y estar allí para contarlo.
El improbable matrimonio musical duró apenas 10 minutos, lo justo para hacer un medley con dos temas legendarios (I walk the line, de Johnny Cash y Blue Moon over Kentucky, de Bill Monroe) y separarse finalmente con los últimos compases del Knockin on Heaven s door, de Bob Dylan.
No hubo besos ni abrazos. Tampoco bises para la galería. Los dos eran conscientes de su melódica incompatibilidad, pese a estos tres ajetreados meses de acoplamiento contra natura.
Antes y después del dúo estático, tiempo de sobra para el lucimiento personal: 75 minutos para Dylan y otros tantos para Simon. Tres horas excesivas de concierto con un par de momentos irrepetibles (cuando Dylan estira con la armónica Like a rolling stone, cuando Simon y sus cuatro percusionistas atacan el Diamonds on the soles of her shoes) y un largo etcétera de bostezos nostálgicos.
Amenizando la cosa, los camareros del Madison que van ofreciendo lingotazos de champaña por las tribunas. Y de cuando en cuando, la palmadita del vigilante de turno, que recuerda que allí está prohibidísimo fumar:
-Oiga, que yo no estoy fumando tabaco, que esto es un porro de mariuhana...

Pese al inconfundible olor, una audiencia sedentaria y nada transgresiva, cosecha del Woodstock del 69, con alguna que otra pincelada de nuevas generaciones...
"Yo vengo sobre todo para aplaudir a Simon, que al fin y al cabo juega en casa", nos decía una Marcia Moe, de 28 años, fanática del equipo de baloncesto de los Knicks y devota del Puente sobre aguas turbulentas (la escucha en pie y con los ojos cerrados, la mano en el corazón, como si fuese el himno).
Junto a ella, un tal Fred Martin, del equipo de Dylan, que desertó en cuanto el de Minnesota dejó la cancha: "Yo ya he tenido bastante por hoy. De veras, creo que Dylan no necesitaba embarcarse con Paul Simon. El mismo se sobra y basta para seguir llenando estadios".
La historia de amor imposible de Simon & Dylan arranca en 1964, cuando el crítico musical del New York Times Robert Shelton les presenta en el descanso de un concierto. Los dos se dan la espalda y se ignoran.
Un año después, Paul Simon se desquita en el Melody Maker londinense: "Bob Dylan es un poeta punk que suena como un mal plagio de Ginsberg". En el 66, es Dylan el que responde: "¿Paul Simon? Nunca he oído hablar de él". Antes de acabar el año, Simon compone Una simple filípica inconexa, con vagas referencias -nada positivas- a Bob Dylan. En secreto, sin embargo, se ve que se aprecian. Sólo así se explican que Simon & Garfunkel decidan tomarle prestada The Times they are a-changing. Dylan les devuelve el favor apropiándose en 1970 de The Boxer.
Pasan los años y las décadas, Dylan muere y resucita, Simon se divorcia e inicia su segunda vida musical. En un entrevista en Playboy, le preguntan: "¿Y qué queda de aquella viejarivalidad entre usted y Bod Dylan?".
Su respuesta: "Nunca me gustó que me compararan con él. Y lo que él piensa de mí no lo sé, pero todos saben lo poco generoso que es Dylan, empezando con él mismo. En fin, esas son cosas del pasado. Ahora no me duele reconocer que tiene temas estupendos, y que algunas de sus letras son conmovedoras". Se consuma el romance; Dylan dice poco después que The Boxer y El puente sobre aguas turbulentas son, probablemente, dos de los mejores temas de las últimas décadas.
Ahora, cuando alguien les pregunta: "¿Cómo se os ha ocurrido tocar juntos?", ellos le dan la vuelta: "¿Cómo no se nos ha ocurrido antes?". El matrimonio tiene mucho de conveniencia. A Dylan le costaba llenar últimamente los pabellones. Simon andaba escaso de liquidez tras el fracaso en Broadway de The Capeman. Los dos han sacado partido económico a esta coyunda musical de tres meses, que ha colgado el cartel de "No hay entradas" en toda la geografía americana.
El primero en dar la cara de entierro en los conciertos ha sido Dylan, más rodado, más intimista, arropado por una mínima banda y arrancando siempre por acústicas. El público tarda en entrar en calor y no se levanta del asiento hasta que Dylan desempolva la armónica y la guitarra eléctrica.
Con Tangled up in blue prende la chispa y con Highway 61 se enciende la hoguera rockera, hasta que sale al quite Paul Simon y los culos vuelven a los asientos mientras el dúo consuma el 69.
La orquesta casi sinfónica que acompaña a Simon obliga a increíbles maniobras (de sonido) en la oscuridad. El muchacho de Queens parece que viene de tomarse unas cervezas o de ver un partido de los Yankees: no se quita la gorra de béisbol ni para saludar. Arranca cruzando El puente de aguas turbulentas, se pierde en un par de temas de The Capeman y nos sumerge por fin en la tierra mágica de Graceland.
Cuando se despide con Still crazy after all these years, dan ganas de esperarle a la salida para preguntarle: "¿Paul, de veras has estado "loco" durante todos estos años?". La mayor locura de su vida, tal vez, ha sido ésta de pegársela a Garfunkel con Bob Dylan.

29 de Julio de 1999
El Mundo
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