Articulo recordando a George Harrison tras su fallecimiento

Paul Simon Rememora a George
"No era especialmente callado.
Simplemente no se hacía oir a gritos"

 

Por Paul Simon


La lluvia se había disipado y el sol de octubre era lo suficiente cálido como para ponernos un par de botas de agua y dar un paseo por el prado de Friar Park. Una tarde con George Harrison y su esposa, Olivia, a invitación de Jeff Kramer (nuestro mútuo amigo y manager) y yo había prometido que nos liberaríamos de la monotonía de los aviones, de las habitaciones de hotel y de las pruebas de sonido; la rutina diaria de los músicos cuando están de gira. Hacía varios años que no veía a George y estaba ansioso por conocer, personalmente, cómo se encontraba despues del horroroso ataque que había sufrido sólo diez meses antes, en la Nochevieja de 1999. "Me siento realmente feliz de verte" dijo mientras nos estrechábamos las manos y nos abrazábamos, "y en estos momentos cuando digo que me siento realmente feliz de ver a alguien, quiero decir que estoy verdaderamente feliz".

Parecía tener buena salud y su estado de ánimo era igualmente bueno mientras nos acercábamos a un puente de madera que cruzaba sobre un estanque de nenúfares. Yo no había estado antes en Friar Park, pero el ritmo que marcaban las hojas mecidas por el viento y los grupos de compases que fluían de los tonos verdosos, dorados y anaranjados del otoño hacían comprender fácilmente porqué había decidido pasar los últimos treinta años plantando, podando, cortando y dando forma a la tierra mientras que al mismo tiempo abandonaba su papel de icono de la cultura pop para convertirse en un genial jardinero.

Los tres nos detuvimos un minuto en lo alto de una loma para permitir que George tomara aliento. Mientras contemplaba el negro estanque desde lo alto nos contó que bajo la superficie del agua había grutas que se comunicaban, grutas que él había explorado antes de que su capacidad pulmonar hubiera disminuido a causa tanto de su batalla contra el cáncer como de la delirante obsesión de un loco con el famoso. Todo jardinero conoce la crueldad aleatoria de la naturaleza (heladas, sequías, depredadores) pero la mayoría nos quedamos aturdidos cuando los colmillos de la violencia se abalanzan desde las sombras y ponen de manifiesto nuestra propia vulnerabilidad.

Paseamos en dirección al sol y nos deslizamos por una plantación de sauces llorones. Allí en medio de un campo de flores silvestres había dos enormes bloques de piedra de varias toneladas dispuestos uno encima del otro como un par de gigantescos acróbatas de granito. "¿Son obras de un escultor?" pregunté. "No", me dijo, "proceden de lados distintos de la finca, pero los trasladamos aquí y los apilamos en este campo. Todo el mundo se interesa por ellas. De hecho, cuando Ringo estuvo aquí de visita el verano pasado, me preguntó por ellas también. Le conté que la compañía discográfica de Paul las había enviado como promoción de su nuevo álbum, Standing Stone (Piedra Enhiesta). Ringo se sintió muy ofendido porque él no había recibido sus piedras enhiestas, pero le dije que seguramente sólo se las había enviado a personas vivas (*). El acento de Liverpool siempre me ha parecido de chiste, pero Harrison gastaba sus bromas muy serio y con cara inexpresiva.

La raices de mi amistad con George Harrison se remontan a 1976, cuando actuamos juntos en Saturday Night Live. Sentados uno junto al otro sobre unos taburetes con nuestras guitarras acústicas, cantamos "Here Comes the Sun" y "Homeward Bound." Aunque pertenecíamos a la misma generación y nos habíamos nutrido de Buddy Holly, Elvis y los Everly Brothers, para él debió ser tan extraño cantar con otro que no fueran Lennon o McCartney como lo fue para mí hacerlo con alguien que no fuese Art Garfunkel. Sin embargo fue una colaboración que no supuso ningún esfuerzo. El engranaje de su guitarra y su voz con mi forma de tocar y cantar proporcionaron a nuestro dúo una soltura y una musicalidad que hicieron percatarme lo íntima y sutil que fue su contribución a la brillante oleada creativa de los Beatles. Conseguía que los músicos sonaran conjuntados sin necesidad de llamar la atención sobre sí mismo.

Igualmente su forma de componer, que siempre consideré estilísticamente como muy próxima a la mía, era amable y melancólica con un murmullo de influencias country y skiffle subyacentes bajo sus frecuentes letras irónicas. Todo parecía descriptivamente simple hasta que obras maestras como "Here Comes the Sun" y "Something" hicieron que la gente se percatara que los Beatles tenían tres grandes compositores que competían por el limitado espacio que ofrecía un LP de vinilo. Le llamaban "el Beatle callado", pero no era especialmente callado, simplemente no se hacía oir a gritos. Sabía quién era, de dónde venía y qué había hecho. No era modesto, pero proyectaba una humildad que implicaba una visión de su fama contemplada en un contexto más amplio. Dios nos da el color y el aroma, el jardinero sólo siembra y riega.

En Friar Park la lluvia amenazaba con un bis y el sol inglés se pone temprano en esa época del año, así que volvimos a la casa y al calor de la lumbre. Los vibrantes colores otoñales de la naturaleza son engañosos. Implican vida y vitalidad, pero disfrazan los apagados ocres y grises del invierno. Pronto las hojas revolotearán hasta el suelo y se convertirán en polvo, un manto para un largo sueño invernal.

Sentados junto al hogar, bebimos té y comimos galletas de chocolate mientras George, para mi sorpresa, interpretó un pequeño concierto de música hawaiana con varios ukeleles que había ido coleccionando durante sus viajes a esas islas. Su interpretación fue pulcra y entusiasta, su voz sonaba como una réplica exacta de George Harrison. Me lo imaginé sentado en un taburete al lado de Don Ho, provocando que no pudiéramos dejar de preguntarnos cómo era posible que no pudiéramos experimentar la presencia de Don Ho aunque sólo fuera un momento. Antes de marcharnos George nos enseñó un ejemplar del nuevo libro Beatles Anthology y se lo dedicó a Jeff, añadiendo con gran habilidad tres perfectas falsificaciones de las firmas de los otros Beatles-
"¿Porqué no venís esta noche al concierto?". Le invitamos sabiendo que eran escasas las posibilidades de que se moviera de su silla junto a la lumbre. "Tal vez", dijo. "Si no es así, gracias por venir hasta aquí. Espero que nos veamos pronto".

En el coche, de vuelta a Londres, Kramer me dijo que George se había sentido avergonzado por no ofrecerme una copia del libro, pero temía que quizás yo no tuviera mucho interés en tener uno. Le dije que yo nunca había pedido un autógrafo a nadie, pero que ahora me sentía un poco disgustado porque él no me hubiera hecho el ofecimiento. Dos meses despues acabó la gira, regresé a casa y encontré un ejemplar de The Beatles Anthology sobre mi escritorio. "Para Paul y Eddie" rezaba la dedicatoria, "con todo el cariño de su compañero, George Harrison".


© Traducción: José María Escudero Marchante

(*) Nota del traductor: literalmente A-list people, gente de la lista A, es decir gente importante, pero en la pronunciación de Liverpool que se alude en el texto suena en inglés como alive que significa vivo por eso el sentido de las palabras de Harrison era decirle a Ringo que sólo era para gente viva, no muerta como podía serlo él en su opinión. Nótese tambien el tono de guasa que subyace en la expresión standing stone que alude a piedra enhiesta con el significado subyacente de pene trempante, así que George hizo que Ringo inadvertidamente se quejara de que tambien quería tener el suyo tieso.


Febrero 2002
Rolling Stone USA
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