El reverendo y los reenganchados

 

Por Diego A. Manrique


Ya conocen esa sensación: algunos temas parecen quedarse enquistados en el reproductor. Y sabemos que eso va contra la economía del placer, que requiere no abusar de las canciones. Me ocurre con Getting ready for Christmas day, primer corte de So beautiful or so what, la nueva entrega de Paul Simon. Ni siquiera es lo más atractivo del disco pero se pega como un misterio y exige sonar una y otra vez.
Getting ready for Christmas day sugiere conformarse con lo que uno tiene. El protagonista, un trabajador con problemas de liquidez, acepta la asfixia económica que suponen las Navidades. Ha aprendido a relativizar las estrecheces con las que creció: "Ojalá pudiera decir a mi madre y mi padre que las cosas que no tuvimos / nunca importaron, que realmente estábamos bien".
Dos elementos convierten Getting ready for Christmas day en una pieza hipnótica. Primero, Simon ha sampleado la grabación homónima del reverendo J. M. Gates, que parece sugerir que cualquier tipo de celebración navideña es una detestable frivolidad. De 1941, Preparándose para el día de Navidad muestra la faceta más agria del cristianismo baptista, versión afroamericana: la tumba o la cárcel pueden anticiparse a tus planes de hacer las paces con Dios.
A diferencia de un Robert Johnson, el reverendo J. M. Gates no aparece en las prehistorias del rock. Y eso que Gates fue inmensamente popular: entre 1926 y 1942 registró unos 300 temas para el mercado negro. Atención: no eran canciones sino sermones, comprimidos en los tres minutos habituales de un disco de pizarra. Normalmente, Gates no usaba instrumentación, pero asombra escuchar algunas de sus mejores interpretaciones y detectar, con 30 o 40 años de adelanto, las técnicas del soul profano de Memphis: la llamada y la respuesta, el fervor del solista masticando palabras, la reiteración de frases hasta lograr la catarsis del público (perdón, la congregación).
Getting ready for Christmas day logra así un raro diálogo entre la visión risueña de un judío agnóstico y el lenguaje intimidante de un ministro sureño que escupía fuego y azufre. Pero también hay una estrofa que se escapa de lo previsible: el personaje de Simon menciona a un sobrino que, reenganchado por tercera vez, comerá su cena de Navidad en "alguna montaña de Pakistán".
Aquí, el US Army es el camión escoba, la empresa que ofrece una (engañosa) oportunidad a almas perdidas con mínimas capacidades para el mercado de trabajo. Por el contrario, demasiadas ficciones contemporáneas han convertido al veterano de Irak o Afganistán en el villano previsible, el chavalote pervertido para la vida civil.
Leo estos días la última novela de John Connolly, Voces que susurran, donde ronda una banda de despiadados exsoldados, convertidos en contrabandistas -y asesinos- a su vuelta a Estados Unidos. Cierto que no se trata del mejor ejemplo: los libros de Connolly, protagonizados por el detective privado Charlie Parker, hace años que naufragan en las ciénagas del bestsellerismo.
Asombroso lo que puede engañar un diseño elegante y una colección de prestigio (Andanzas, de Tusquets). No lo suficiente, sin embargo, para borrar el bochorno de encontrarse con asesinos de infinitos poderes, estúpidos narcos mexicanos, repugnantes genios del mal, demonios de Mesopotamia trasplantados a los bosques de Maine. Triste: con todas sus pretensiones, Connolly ha alcanzado el nivel de las novelas de aeropuerto.
En otro tiempo, creía que la industria editorial tenía filtros más finos que la discográfica. Resulta evidente que ya no es así. Y menos en el caso de Paul Simon, un artesano que trabaja exactamente a medida del soporte: rara vez le sobra más de una canción a la hora de elaborar un álbum. Sería revelador juntar las 15 o 20 canciones aparcadas desde que empezó a funcionar con Simon & Garfunkel, allá por 1964.
Pero no. Estos días sale la edición 40º Aniversario de su obra más popular, Bridge over troubled waters. Y no se incluye la más legendaria de esas piezas desechadas, Cuba, sí; Nixon, no. Se supone que fue vetada por Art Garfunkel por tratarse de un producto de agitprop, en defensa de la revolución castrista. Mentira: Simon ya era demasiado sofisticado para facturar cánticos de manifestación. Sobre un fondo de folk-rock vigoroso, Cuba, sí; Nixon, no evocaba humorísticamente una extraña moda de finales de los sesenta: el secuestro de aviones comerciales estadounidenses, obligados a desviarse hacia La Habana. Eso sí que necesitaría una gran novela.



18 de Abril de 2011
El País
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