Paul Simon, exquisito y juguetón

 

por Josu Lapresa


El sonido es el tema del álbum, dice Paul Simon (74 años) en las notas de su 13º disco en solitario, Stranger to Stranger, publicado cinco años después del muy digno So Beautiful or So What. La búsqueda de ese sonido nació de “una temporada de invierno emocional; un paisaje desértico, sin ideas, con la ansiedad de no tenerlas”, escribe el músico.

Simon tomó inopinado impulso de un puñado de bailaores y músicos de flamenco españoles que encontró en Boston, de veteranos músicos de altísimo nivel (como el batería Jack DeJohnette) y, de manera más específica (y a instancias de su hijo, Harper Simon), del productor italiano Clap! Clap!, cuya colaboración en The Werewolf, Wristband o Street Angel deja la boca abierta.

Recurrió también a los matices cromáticos que podían ofrecerle las lecciones del teórico musical Harry Partch (1901-1974), inventor de instrumentos en escala microtonal (43 notas por cada octava, en lugar de 12) que Simon ha utilizado en este disco. Y esos intersticios, esas pequeñas gradaciones contribuyen a la riqueza sonora del álbum.

Luego está el mestizaje habitual. El góspel, las cadencias africanas, las tablas hindús y demás exotismos (que, por separado, ya le escuchamos en There Goes Rhymin’ Simon, Graceland o The Rhythm of the Saints), mezclan con su guitarra como una brisa con el sol de primavera. Una sensación maravillosa. No es, desde luego, el tipo de propuesta que se espera de un músico superviviente de la década de los 60. Pero Paul Simon se resiste a la actitud encorvada y complaciente de muchos de sus coetáneos.

Temáticamente, como en So Beautiful, pesa la mortalidad, en forcejeo entre lo espiritual y lo banal. Así, las letras transitan entre metáforas bíblicas (Street Angel), humor negro (The Werewolf; un hombre decente al que su decente mujer mata con un cuchillo de sushi) y compasión (Insomniac’s Lullaby; una sentida rendición ante las inexorables reglas de la vida). Y también hay espacio para seguir explicándose a sí mismo (“palabras y melodías, una armonía fácil, remedios de los viejos tiempos”, canta en la canción titular: “Sólo estoy nervioso, es mi manera de relacionarme con mi alegría”).

Stranger to Stranger significa la culminación del camino sin retrovisores que tomó Paul Simon hace 30 años con Graceland. Es un disco a la vez exquisito y juguetón, vivaz y sombrío, contagiado de una actitud sorprendentemente moderna que sólo se permite mirar atrás cuando baja el telón con Insomniac’s Lullaby, una alusión directa al compositor folk de Bridge Over Troubled Water y unas últimas palabras (“Al final, todos nos dormiremos”), que su autor parece no querer cumplir todavía.

 

15 de Junio de 2016
El País

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