Crazy travel, vol. II

Por Javier Márquez con la ayuda de Paco, Alberto y Aitor

Lunes, 30 de noviembre
El primero en llegar a la estación Plaza de Armas es Alberto, que comprueba su walkman para el largo camino. La mañana no es muy fría, tal vez porque tememos la temperatura que nos espera en París. Algo antes de las 8:30 llega Javi, con sus filetes empanados y demás manjares. Ambos comentan, con un ansia oculta, el retraso de los otros dos componentes de The Sound of Simon. En ello están cuando aparece, a lo lejos, de las escalinatas, la figura de Paco, luciendo barba. Parece haber una confusión sobre si habían quedado dentro de la estación o a los pies de las escalinatas. Pasadas las 8:45, cuando lo nervios han aflorado por culpa de Aitor, éste llega con 15 minutos de retraso alegando que nos lleva esperando un buen rato a la entrada.
Ya están los cuatro, mochilas en hombro (menos Javi que lleva una bolsa de viaje que "canta un montón"), dispuestos a emprender un viaje que hasta hacía muy poco se les presentaba como algo más que improbable: ir a ver a Paul Simon.
El autobús se pone en marcha y, mirando por la ventanilla, alguno tararea Graceland o América; nada más apropiado para la ocasión. Pasados los primeros minutos del viaje, es cuestión de plantearse cómo pasarán las seis horas restantes, así que comienza la inspección de mochilas. Alberto parece haber llenado la suya en una tienda "todo a 100", porque lleva de todo, desde comida, a un buen puñado de cassettes, rotuladores, pequeños altavoces, etc. Se decide por el walkman y un par de cintas, algo que también hace Paco, con un equipaje más comedido. Javi se limita a mirar el paisaje, porque se ha dejado el walkman encima de la cama por meter los 6 packs de zumo. El asombro llega cuando Aitor desvela que todo lo que lleva en su mochila son unas camisetas (¡¡mangas cortas!!) y unos discos de vinilo de Paul ¡¡con los discos dentro!! ("Para que se apoye mejor al firmar"). El asombro continúa cuando Paco presume ante Alberto de que su walkman no está remendado con cinta aislante porque funciona estupendamente. Alberto coge entonces ese walkman y, bromeando, hace el ademán de tirarlo al suelo "Pues ya no funciona"... ¡Y lo tira de verdad!. Se le resbala, claro, pero el carajazo del walkman ya no se lo quita nadie.

Counting the cars
On the New Jersey Turnpike.
They´ve al come
To look for America
All come to look for America

Ya en Madrid, nada más bajar del autobús, localizamos la línea de metro que nos llevará a la estación de trenes; no hay demasiado tiempo y no podemos retrasarnos. Localizado el camino, hacemos la primera comida del viaje, donde Javi y Aitor llegan a un acuerdo, el primero le da algo de comer siempre que sea el bocadillo de tortilla que no le apetece; a Aitor, en cambio, le sabe a gloria.
El Metro, y al tren (menos el avión y el caballo, van a usar todos lo medios de transporte). Por el camino, fotografías varias para ilustrar el viaje. El problema: la cámara de Javi y su... carrete de fotos.
Llegan a la estación. Vueltas y más vueltas hasta la hora en la que la pantalla ponga el andén. Y, de pronto... Demorado. ¡¿Qué?!, ¡¿Cómo?!. Cola en la ventanilla de Información. Preguntan, y como no les convence la respuesta, vuelven a preguntar. Pero nada, que se ha demorado; una avería al parecer, media hora de espera. Sin embargo, la idea que todos tienen en la cabeza es la de una inspección policial. Aquella misma mañana los cabro... de ETA habían atentado en Madrid y, al fin y al cabo, aquel tren iba hasta Francia.
Pasados aquellos 30 minutos que se hicieron eternos, les dan luz verde para subir al tren. Coche 80 camas 25A -26A -21B -22B. Los cuatro en una ratonera, pero sarna con gusto no pica. Lo malo es que de pronto entra un bisnieto de Fu Manchú diciendo "¡Twenty five, twenty five!" y se sienta allí, en uno de sus sitios, ante sus caras de pasmo. "Vamos a buscar al revisor", dice Paco. "Todo lo que tú quieras", que pensaría el oriental, pero el tío no sólo no se levanta sino que empieza a deshacer el equipaje, con ellos allí delante. Algo lento y malencarado, fiel a su imagen cinematográfica, el revisor llega para hacer justicia y mandar al oriental al "¡twenty five!" del coche 81.
El tren se pone en marcha. Rebuscan todo lo rebuscable en aquel minúsculo compartimento y, ya calmados, cenan; uno bocadillos, otro filetes empanados tiesos, otro sandwich, y Aitor, frutos secos. Curiosamente, poco antes alguien ha pasado preguntando, "¿Van ha cenar en el restaurante?". Aitor pregunta cortésmente, "¿es gratis?". Sin comentarios sobre la respuesta.
Va anocheciendo y cesando el traqueteo que tiene inquieto a Paco "¿es normal que esto tiemble tanto y haga este ruido?". Y a la espera de que abrieran las camas, comienzan la creación de la pancarta. que ondearán orgullosos ante el cantautor de Nueva York. Tras varias propuestas, resulta escogida la que reza: "From Spain. No Money. No Hotel. Just Simon". Aitor trae ya preparado un trozo de sábana en la que ha hecho una curiosa caricatura de Paul, que rematará la frase que, sin ellos saberlo aún, se convertirá en una especie de eslogan en sus próximos días parisinos.
La hora de dormir. O, al menos, de apagar la luz. Los nervios, aunque ninguno lo reconozca del todo, se anudan en el estómago y sólo dejan lugar a las bromas y comentarios. Alberto, con una grabadora que saca de su maleta "multiusos" recoge frases antológicas del viaje. Pasa la medianoche y, mientras ven pasar el paisaje castellano, hacen clasificaciones sobre sus canciones preferidas de Paul Simon "Pero, ¿sólo o también con Garfunkel?".
En un lugar del norte, de cuyo nombre no pueden acordarse, Alberto, pecho descubierto, saluda a un guarda de estación. Éste, más caliente que un legionario en Ibiza, le hace ciertos gestos insinuantes con su porra por los que Alberto agradece que el tren ya se haya puesto en movimiento.
El sueño va venciendo poco a poco. No obstante, aún hubo oportunidad de que, nuevamente Alberto, avistase al "fantasma de la vía 4".
Quietud y silencio. Sólo el traqueteo del tren. Aunque, en realidad, fingen dormir. En esos momentos, su mente es una caja de resonancias, donde los ecos de The boy in the bubble, Still crazy, Diamonds on the soles of the shoes o The Boxer recuperan imágenes de conciertos, entrevistas y actuaciones en las que han visto a Simon, e imaginan cómo será el momento en el que le vean aparecer en el escenario.
Es en uno de esos desvelos, cuando Paco y Alberto advierten que el tren se detiene sospechosamente y unos tipos inspeccionan con linternas los bajos. Parece ser Hendaya. Un nuevo fantasma, bajito, gordito, con bigote menudo, saluda brazo en alto desde lo lejos.


Poorboys and pilgrim with families
and we are going to Graceland

 

Martes, 31 de octubre
Lo del frío era verdad. Nada más apearse en la estación parisina comprueban que hace una rasca que difícilmente han pasado en su cálida Sevilla.
Queda un largo camino hasta el prestigioso teatro Olympia, aunque, eso sí, podrán disfrutar de una amplia visita a "la ciudad del amor". Mochila al hombro, comienzan a cruzar calles y puentes, admirándose de la grandiosidad de todo aquello. Muchos edificios antiguos estupendamente conservados. Y mucho oro, mucho chapado. Y de pronto, el bisnieto de Fu Manchú, haciéndose fotos con una chavalita de buen ver. Disimulando, pasan junto a él sin poder reprimir un "¡twenty five, twenty five!" de recochineo.
Notre Dame, El Louvre, los Elíseos, la torre Eiffel al fondo... fotos de todos con todo, incluso a una chavalita de ojos claros prima hermana de Laetitia Casta que encandiló a Alberto. Y como todavía es temprano, al Virgin Megastore, una tienda de proporciones descomunales en la que Javi se compra un cancionero de Paul Simon para la guitarra. Mucho disco y mucho vídeo, pero nada nuevo sobre Paul que ellos ya no tengan. José María, el más veterano de los miembros de The Sound of Simon, que asistió al concierto del día anterior, les da un toque al móvil para quedar con ellos. Pero están demasiado lejos, así que les dice que le llamen cuando lleguen al teatro.
Salen de Virgin, y Javi y Alberto se dejan el saldo del móvil (sin ellos saberlo), intentando llamar a José María. o único que consiguen es hablar con una francesita que siempre dice lo mismo y no les permite contestar.
Así que se sientan a comer. Y así, sintiendo cómo el frío intenta abrirse camino hacia sus huesos, se plantean por primera vez la noche. Porque lo de "No Hotel" queda muy bien para la pancarta, pero a la hora de la verdad... Paco siempre ha sido partidario de un hotel, motel u hostal; Aitor y Alberto no, y Javi, no sabe, no contesta.
Con Paco dirigiendo la comitiva, plano en mano, llegamos a la Rue des Capucines, a la búsqueda del número 18. "¿Es allí?", pregunta el propio Paco. Todos agudizan la vista. Unas letras grandes, rojas, a lo lejos... "¡Sí, es el Olympia!", confirma uno de ellos. Sin embargo, nadie hace ningún comentario.Están demasiado ocupados tratando de dilucidar las otras letras,hasta que... P-A-U-L S-I-M-O-N. Aceleran el paso, al tiempo que rebuscan en sus bolsas por las cámaras de fotos. Allí están ante la marquesina de uno de los teatros más importantes de Europa, que anuncia en grandes tipos luminosos la presencia de Paul en su escenario.
Ahora se colocan unos, ahora otro sólo... una foto y otra más. A Javi se le termina el primer carrete. Claro, que ya lo llevaba empezado. Lo cambia y ¡horror!. No tenía carrete puesto. Todas las fotografías hechas hasta el momento con su cámara, en el metro, en el tren, en París, todas han quedado impresas en el aire. De acuerdo, una pena. Pero lo importante empieza en ese momento, así que se asegura de colocar bien el nuevo y auténtico carrete y repite las fotos a la marquesina.
Son las 14:00. Una hora más tarde, según creen, se reunirán allí fans provenientes de distintos puntos de mapa que asistieron al concierto del día anterior o piensan asistir al del presente. Se informan en la ventanilla, con el inglés de Dos Hermanas de Javi, y les dicen que el espectáculo empieza a las 20:30, y que hasta las 19:00 no pueden recoger las entradas, que los cuatro tienen compradas ya desde el verano. Así que, nada, a hacer tiempo.
Por allí van pasando los personajes y grupos más variopintos. A algunos se les nota que van a ver a Simon, a otros no. Un grupo de holandeses, entre los 40 y los 50, se presentan y preguntan al cuarteto si está allí por Paul. Asienten e intercambian algunas palabras, en inglés y en español ("menos mal") a partes iguales.
Solos otra vez, y lloviendo a conciencia, José María les hace una visita relámpago. Ha ido de compras y en un par de horas tiene que estar ya en la estación. Les enseña orgulloso una púa del cantante que consiguió la noche anterior a través de un amigo que hizo en el concierto. Les desanima diciendo que es imposible acceder a Simon, ya que, por más que le esperó a la salida, se largó en coche, sin saludar, firmar ni nada por el estilo.
Pero ellos están decididos a verle de cerca, más aún que desde la segunda fila, donde tienen sus butacas. Así que, por hacer tiempo, se internan en el aparcamiento subterráneo del teatro. Unos minutos antes, un miembro del staff del cantante había salido del teatro y había entrado por ese aparcamiento. Javi, intenta preguntarle pero su inglés de LOGSE le falla y termina preguntando "¿Está Paul Simon en tu interior?". El pobre tipo, con cara de alucine, le dice que no entiende, y Javi intenta arreglar el embrollo.
Un guardia mal encarado les hecha del aparcamiento. Empiezan así a conocer a parte de los trabajadores maleducados y desagradables del Olympia.
Aún es temprano, así que deciden dar una vuelta para localizar puertas traseras y lugares donde pasar la noche. El local más trasnochador, "El Hipopotamo", cierra a las cinco de la mañana. Bueno, mejor eso que nada. Localizado el lugar, vuelven al teatro. Se acerca el gran momento.


And when I come to the room
Everybody just seemed to move
And I turned my amp loud and I began to play
And It was late in the evening
And I blew than room away

Por fin, las siete. Y ahí están, los primeros ante la ventanilla. Pero, claro, como son ellos, hay problemas, como ocurrió con el tren. Algo pasa con las entradas que el tipo se pone ha hablar por teléfono, a consultar listas... pero, nada. Al final, sin problemas.
Ya tienen ese pedazo de papel rectangular donde las palabras Paul - Simon parecen tener una fuerza sobrematerial. En las puertas de entrada, aún cerradas, unos carteles advierten que el espectáculo será grabado para su posterior emisión en Norteamérica y su edición en DVD (con lo bonito que es el VHS...). Unas chicas preparan la tienda con todo el merchandise, donde, por cierto, pretenden dejarse todos los francos que llevan.
En la espera, conocemos a Vicente, un madrileño con el que ya habíamos establecido contacto vía e-mail y que les relata su noche loca con Garfunkel en la habitación de un hotel en la última gira del cantante de voz angelical. Vicente tampoco tiene hotel pero su avión de regreso sale temprano. Entre comentarios de todo tipo van pasando los últimos e interminables minutos hasta que, muy formales, la cuadrilla del Olympia se prepara para recibir a los espectadores.
Se abren las puertas y, en primera línea, un rompetechos bajito, volcador de camiones, registra y manosea con malas formas las bolsas de los que, algo atónitos, tienen que someterse a sus prácticas. Pero una vez pasado el control (tienen la precaución de guardar las cámaras de fotos en sus chaquetones), salen casi corriendo hacia la tienda de recuerdos (o merchandising). Camisetas para todos, programa a todo color, e incluso un llavero algo cutre que se lleva Javi. La sudadera no está mal, pero cuesta una pasta.


Despedidos de Vicente, con asiento en la fila 24, se dirigen a sus localidades. Alberto, Aitor y Javi ya lucen sus camisetas con la portada del álbum. Aquello parece realmente un lleno completo, como anunciaba el "no hay entradas" de la taquilla, y eso que aún queda bastante tiempo. Una de las acomodadoras le dice a Alberto que pidan a una de sus compañeras que les acompañe a sus localidades. Estupendo. Y una chica muy simpática les acompaña, les deja sentaditos... y se queda de pie, tras ellos, mano sobre mano. "¿Qué dice?"... "No, mejor a éste, que es el que sabe inglés?"... "¿Qué dice?". La propina, claro. Así que todos desenfundan la vuelta de lo que acaban de comprar y la chica se va más que sonriente, porque en su ignorancia le han soltado una buena pasta.
Pero lo importante es que ya están allí, los cuatro, en la segunda fila-centro del Olympia, orgullosos con sus camisetas (menos Paco, que no se decide a cambiarse allí mismo), esperando a que Paul Simon, el gran Paul, salga a deslumbrarles. Junto a Javi, una chica solitaria empieza a preguntarles cosas. Es una portuguesa treinteañera que, dice, lleva esperando más de veinte años aquel momento. En esa charla están cuando la fotógrafa oficial de Paul Simon, Lynn Goldsmith, se les acerca y les pregunta a los tres 'camisetados' si no les importaría que les hiciera una foto para promoción. Ellos, hipnotizados por la acreditación que certifica la oficialidad de aquella sorpresa, sonríen y posan viéndose ya en la portada del vídeo. Y con el flash, además de la foto, salta la curiosidad. Y tras ellos, unos italianos se quedan boquiabiertos al enterarse de la historia (lo de "from Spain, no hotel" y todo lo demás); tanto les sorprende que la van comentando a sus compañeros de butaca. También saludan a Nicolas, el joven francés que ya ha visto a Paul en Londres y el día anterior en aquel, mismo teatro.
La expectación aumenta, como el sudor frío de las manos. Y se apagan las luces. Y salen los músicos... Y entra Paul Simon con los primeros compases de That's Where I Belong. La sensación es mágica. Tal vez a ello contribuye el cansancio del día y el poco sueño de las noches anteriores, o el haber soñado durante más de 5 años con aquel momento. El caso es que allí está, lleno de vitalidad, de jovialidad, a pesar de la edad real, que a nadie le interesa mientras sea capaz de mantener esa voz, esa espiritualidad, y ese ambiente.
Al segundo tema, el mágico Graceland, la joven portuguesa se pone en pie y comienza a bailar junto a un extremo del escenario. Los de seguridad van a retirarla, pero el propio Paul le sigue el juego. Y las canciones se suceden. Y cada uno de los cuatro amigos juraría que se les ha quedado mirando en más de una ocasión. Mientras, Aitor pasa revista a buena parte de los músicos, saludándoles y haciendo gestos, a los que el gran Steve Gadd responde con una guiño de complicidad, durante su sobervia aportacion en "50 Ways" Javi le grita un piropo a Paul y, con el entusiasmo, despeina a un francés estirado que tiene sentado delante, y que se resiste a ponerse en pie para bailar. Discuten. Pero poco después, el mismo tipo, sonriente y desenfadado anima a los cuatro jóvenes para que le ayuden a pedir The sound of silence; una sencilla prueba de los deliciosos efectos de la música de Paul.
El concierto se acerca a su fin, y los cuatro se saltan la primera fila de asientos para estrechar la mano de su gran ídolo, hazaña que todos logran, era un triunfo ya para ellos. También en esos últimos minutos, Sacan las cámaras de fotos y disparan tan rápido como pueden. Ante los flash, uno de los gorilas se acerca a Javi y Alberto y advierte al primero que si vuelve a hacer una foto, se lleva la cámara. Javi, haciendo el paripé de que se cae, ya a escondido la cámara bajo la chaqueta de su compañero de butaca. Lo mejor es que Paco aprovecha la distracción para sacar las mejores imágenes. Estupendo.
En esos momentos de locura con la gente acercándose hacia delante para conseguir que Simon les estrechase la mano, sacamos nuestra pancarta y se la mostramos, Paul se detuvo para leerla y al acabar saco a relucir una pequeña sonrisa. Y nosotros tan felices.

Y por más que a nadie le guste. El concierto termina, aproximadamente dos horas y cuarto después de haber comenzado. De él están hablando aún en sus butacas cuando ven a Vicente, que se dirige a hablar con la 'public relashion' del artista, y entre inglés y francés consigue que les apunten a él y a sus cuatro amigos en una lista para ¡¡Fotografiarse con Paul!!. Mal encarado, el ayudante de la norteamericana les dice que den la vuelta y entren por la puerta de atrás.
Emocionados por lo que ha concluido y por lo que parece comenzar, corren entre la multitud que abandona el teatro y rodean el edificio, buscando una puerta que parece no existir. Pero sí, sí que la encuentran, bastante más lejos de lo que esperaban. Y allí, Vicente, haciendo gala de un impecable dominio de ambas lenguas (inglés y francés), se enfrenta a mil y un rostro tallados en granito que les niegan el paso y cualquier tipo de ayuda, como avisar a la chica que apuntó sus nombres en la famosa lista.
Los fans van llegando a la puerta, con la esperanza de que salga por allí el cantante. Ellos saben que no será así, que se va en coche, pero cada cuál a lo suyo.
Y pasa el tiempo. Y cambian las caras tras la puerta pero no la actitud. Y aquel mono rompetechos vuelca camiones también se coloca en la pequeña recepción, riéndose de los que esperan fuera, y viendo una película erótica.
De momento no consiguen nada, pero los músicos empiezan a salir. Al rimero que pillan es al percusionista Steve Shehan, que al enterarse de su procedencia exclama ¡Oh, Sevilla!. ¡De puta madre Sevilla!, y les firma su foto del programa. Poco después sale el pianista Alain Mallet que, muy amable, vuelve al interior para tratar de informarse sobre las posibilidades de aquel pequeño grupo de personas de ver a Paul Simon.
Mientras, en un rincón. Javi y Alberto hablan con una joven que resulta ser de Barcelona, muy tranquila en comparación del resto de los allí reunidos. De pronto vuelve a salir Alain. "Bueno, perdona, vamos a ver si conseguimos su autógrafo", se excusa Javi ante la barcelonesa. "No te preocupes", responde ella "que él viene ahora aquí". "¿Seguro?". "Más le vale. Es mi novio". Atónitos, los dos sevillanos reclaman a sus compañeros y le cuentan a la chica toda la película (De dónde vienen, cómo, que quieren una foto...). Ella les explica que tal vez sería mejor al día siguiente, en el concierto privado que va a dar Paul para completar la grabación del vídeo. Apenas si tienen tiempo para pensar aquella respuesta, porque llega Alain, y la novia le explica toda la odisea de los jóvenes. Él, complacido, les firma los programas. Despedidas y sonrisas, y a la espera del siguiente.
Entre "que sí es" y "que no es", se les escapan uno de los percusionistas, James Haddad, y uno de los saxos, Evan Ziporn.
Desechada la posibilidad de la fotografía, y cubierta de incertidumbre la posibilidad de asistir al recital del día siguiente, Vicente apuesta por seguir a alguno de los músicos hasta el hotel que, más o menos, es lo mismo que él hizo con Garfunkel en Madrid. Los cuatro se resisten, tal vez por que no lo ven muy claro, tal vez por el cansancio que llevan encima.
No obstante, el bueno de Vicente no desiste en su intento de lograr que alguno de los gorilas maleducados del Olympia avise a la relaciones públicas de Paul para confirmar nuestra inclusión en la famosa lista.
Entretanto, la gente sigue saliendo; músicos y personal del teatro. Y los cinco fans hablan con casi todos ellos. Algunos, la verdad, muy amables. A todos les cuentan su cruzada y, tal vez por pena, los profesionales les dan pistas para que tengan éxito el día siguiente.
La noche se hace cada vez más fría y la gente, desanimada, se va marchando. Pero aún tienen tiempo de conocer a una australiana residente en París, traductora, que habla bastante bien castellano.
Finalmente se quedan solos los cinco. Momento de la cena, al menos, para los sevillanos, que llevan la comida encima. Vicente prefiere buscar después un cajero y comer algo en cualquier sitio. En eso están cuando se les acercan un par de miembros del Olympia, de los "buena gente" y les entregan dos pases del concierto concluido "Paul Simon nos ha dicho que os los demos", les comentan, tal vez asombrados por la patética estampa que ofrecen los cinco, muertos de frío, comiendo sandwiches con mala pinta.
Terminada la cena, el grupo se pone en camino hacia el bar que habían fichado y que, hasta las cinco de la mañana, sería el mejor sitio para pasar, seguros y calentitos.
Pero poco más de media hora pasan allí dentro, tal vez algo más teniendo en cuenta la larga espera para conseguir una mesa. El local está abarrotado, además es un restaurante, con lo que sirven y recogen rápido. Con una cola impresionante tras ellos, los cinco se sientan en una gran mesa y les atiende una camarera disfrazada de vampiro (es Halloween) a la que casi se le caen los colmillos cuando escucha el pedido: "Un plato nº x, 3 Cocacolas y una botella de agua". Ella les mira porque no está segura de si aquello es una broma. El político de Vicente le aclara que es que, de momento, sus amigos no tienen hambre, que seguramente en el postre. Refunfuñando, la condesa Drácula se marcha.
Cuando salen de aquel restaurante rondan las dos de la mañana. Y llega la hora de la despedida. Ha decidido apurar las horas que le queda con ellos pero debe irse ya al aeropuerto. Le encantaría quedarse para intentar lo del concierto del día siguiente pero, ¿cómo anula su pasaje para primera hora de la mañana un día que, además es fiesta?. En un homérico gesto que los cuatro no olvidarán, el madrileño les desea que tengan mucha suerte y disfruten de algo que, en realidad, sólo él ha conseguido.

You´re kind, so kind
You rescued me when I was blind
And you put me on your pillow when I was on the wall
You´re so kind, son kind, so kind


Ante la incertidumbre de dónde pasar la noche, Vicente les aconsejó una estación de ferrocaril cercana; desde luego, mucho más que la de Austerlitz, a la que llegaron desde Madrid. Sin embargo, ya solos los cuatro, y recorrido el trayecto hasta la estación, comprueban que está cerrada. Así que, de momento, nada más a mano que una parada de autobús. Allí se sientan Alberto y Aitor, clavando la barbilla en el pecho. Paco, realmente preocupado, se altera más por momentos. Javi se ríe de la situación, probablemente, para evitar la preocupación. Alberto y Javi se alejan un poco para tratar de buscar, algo, un portal, un... donde sea. Pero lo único que ven es el aspecto de sus dos amigos a lo lejos. Desde ese momento pierden el miedo a un robo; no creen que nadie tenga el valor de acercarse. La verdad es que hace un frío al que no están acostumbrado. Javi, por ejemplo, lleva puesto: un jersey grueso de cuello vuelto, la camiseta de Paul Simon, una camisa de algodón, otro jersey, el chaquetón, la bufanda y los guantes. Y aún así... ¡tela!.
Realmente es una vivencia al más puro surrealismo. Un hombre, algo tambaleante, se acerca, haciendo zig-zags, se les queda mirando, y prosigue su camino. De pronto, se detiene en medio de una gran avenida, y se vuelve a mirarles... en realidad para un taxi. Poco después, una pareja detiene su caminata y se apoyan en la pared frente a ellos para sobarse. Manos por aquí, boca por allá... pero antes de llegar a mayores, se largan. Para completar la estampa, un Conde Drácula, rostro pálido y capa al viento, cruza la acera tras ellos.
"No podemos pasar la noche aquí", dice Javi. "Teníamos que haber cogido un par de habitaciones", se queja Paco. "Vámonos a la estación", sugiere Alberto. Aitor, con el gorro de su anorak bien cerrado, opta por escuchar.
La decisión final es caminar. Caminar en busca de un sitio mejor. Se detienen sobre la rejilla del metro, sale un calor delicioso, pero acompañado de un hedor que, sin duda, nace de la polución desprendida. Aún así, el frió les hace aguantar un par de minutos más en aquella boca contaminadora. Vuelven a la puerta trasera del teatro, a unos pasajes que había por allí, pero está demasiado solitario. Y el miedo se palpa. Algunos, de hecho, no pueden ni maquillarlo. Es en ese momento cuando a Aitor le entra un ataque de risa al contemplar la situación, los demás un poco acojonados porel escándalo que estaba produciendo le repiten una y otra vez que se calle.
Finalmente encuentran la solución. Una cafetería, cerrada, por supuesto, con una veintena de mesas y sillas guardadas bajo una carpa de plástico. A falta de algo mejor, dos en el interior y dos haciendo guardia. El primer turno, una hora, les toca a Paco Y Alberto.Sin novedad. El de Aitor y Javi es más movidito. Son ya las seis de la mañana y comienza a haber movimiento. Sin embargo, los que pasan junto a la carpa no reparan en su interior. De hecho, ni siquiera miran a los dos vigías que mano sobre mano y helados hasta los huesos, dan vueltas al rededor.

 

Homeless, Homeless
Monlight sleeping on a midnight lake

 

Miércoles, 1 de noviembre
Con la mañana llega la lluvia. Y las cafeterías no terminan de abrir. Así que tienen que mojarse un poco (menos Alberto que, por supuesto, lleva paraguas en su bolsa de Mary Poppins) para encontrar un local, aparentemente lujoso, en el que, cueste lo que les cueste, entran decididos. Y lo cierto es que ese calorcito, esos asientos tan cómodos, ese café y chocolate calentitos... valen los francos que el chino que les atiende quiera cobrarles.
Sintiéndose vivos otra vez, se dirigen nuevamente al teatro, a ver si hay alguna novedad. Están en la puerta, sin saber muy bien qué hacer, cuando ven acercarse precisamente a la chica que tanto habían reclamado la noche anterior, la que apuntó sus nombres. Le bloquean el paso y Javi le pregunta. "¡No problem, No problem!", responde "Cuantos más, mejor" (o algo así).
Mucho más tranquilos, aunque ansiosos por la incertidumbre de lo que acontecerá, se ponen camino a la Torre Eiffel. Al fin y al cabo, tienen unas cuatro horas libres y aún no han visto el emblema parisino por excelencia. Y lo ven. Las fotos de rigor (los cuatro sacan las mismas imágenes), y de regreso.
Con tiempo de sobra, aguardan en la puerta del teatro, y poco a poco van acudiendo caras ya conocidas de la noche anterior, como la traductora australiana o la portuguesa bailadora. De la puerta trasera les mandan a la principal, donde hay más gente aguardando el gran momento. La entrada se prevé ya cuando ven organizarse a los gorilas en la puerta. Aunque en esta ocasión no registran, hacen gala de la misma brusquedad y poca profesionalidad.
Son los segundos en entrar, y pasan unos segundos con el corazón en la garganta cuando una chica comprueba la famosa lista una y otra vez y, en principio (como no podía ser de otro modo tratándose de ellos) no encuentra los nombres... ¡Sí, por fin!.
Ya están dentro. Al día siguiente de ver a su gran ídolo, Paul Simon, en concierto, se preparan para asistir a un pase privado, con no más de 50 personas. Y lo primero que encuentran en la antesala del gran teatro es un bufete preparada. La encargada del sarao pone al día a los asistentes, en francés, claros. Menos mal que anda por allí la simpática traductora australiana, que les explica que lo que ocurre es que primero van a comer, y ya después empezará el show.
Lo primero que hacen es ponerse las camisetas de la gira que tanto éxito tuvieron la noche anterior; los cuatro, para ir bien uniformados. Y después comen, invitados por Paul Simon (o la Warner, pero, bueno), que a los que no estuvieron allí siempre se les puede explicar como que "comieron con Paul". Pican de aquí y de allí, y mientras van llegando los músicos, como el gran Vincent Nguini, al que uno de los del Oympia, con cara de rana de cuento impide la entrada sin alcanzar a comprender las explicaciones del músico. El público allí reunido, claro, se cachondea de tan inepto encargado.
A la hora de pasar al patio de butacas, una chica del staff del cantante va seleccionando, y claro, los cuatro quedan arrinconados hasta el final, para la última fila. Tampoco está mal, si tenemos en cuenta que sólo se llena hasta la cuarta. La quinta y la sexta fila había sido desmontado, en su lugar instalaron una vía con una cámara que constantemente iba de un lado a otro. Lo peor de aquella espera es tener que aguantar al frances rompetechos volcador de camiones de la noche anterior, que les pregunta "¿Españoles?, ¿De dónde?". "De Sevilla, Andalucía", responden ellos, a lo que el inepto cuellicorto comenta "¡Oh, Andalucía. Toros. Olé, olé!. De no ser por la situación, alguno le hubiera hecho referencia a aquel gilip... sobre las relaciones que en aquel momento mantenían su madre y su hermano, pero bueno.
Todos sentados, y nuevas explicaciones desde el escenario, también en francés. En resumen, que se porten bien.
En principio sólo están los músicos, que van a tocar trozos de algunos temas, para los planos que faltan por rodar. Una gran grúa y una Dolly no dejarán de moverse durante todo el tiempo. Intentan hacer "Diamonds", pero la cosa no funciona. Necesitan a Paul, y tras unos minutos de espera, anuncian que Paul Simon llegará en una media hora. Algunos del escaso y privilegiado público ponen mala cara ante la situación. A los cuatro Sounds of Simon les viene de perlas, porque en ese tiempo van a hacerse diversas fotos, con el escenario de fondo y las famosas guitarras de Paul (incluso algún que otro extranjero solicita hacerles una foto con sus camisetas de la gira), e incluso algunos músicos, como Nguini o el también guitarrista Mark Stewart.

Lo mejor es que, en ese tiempo de espera, son varios, desde músicos a miembros del staff, los que les preguntan a viva voz desde el escenario a los "from Seville", cómo les ha ido la noche. El público les mira y ellos sonríen, entre nerviosos y orgullosos.

See you, me and Julio down by the schoolyard

Llega Paul. Aplaudimos como locos, aun nos duelen las manos de aplaudir el día anterior. Comienza el espectáculo. Será un concierto más corto que el del día anterior, pero mucho más intenso. El artista está mucho más relajado. Se estira, silba, se lima las uñas, hace comentarios... Repiten algunas de las canciones, e, incluso, ante peticiones de Nicolás, en primera fila, se arranca con la legendaria Anji, gesto que vuelve loca a la gente.
Entre canción y canción Paul charlaba con los músicos, la gente del crew y con una voz en off que no sabemos de donde salía, pero que suponemos era el director, por las continuas ordenes que este realizaba en torno a apreciaciones técnicas y visuales, mandaba cortar y que se repitiesen las canciones, unas veces por que la cámara no había cogido bien un plano, otras veces por que algún músico entraba tarde o porque se equivocaba en la ejecución de su instrumento. Una de las canciones que tuvieron que repetir fue "The Teacher" la voz en off dijo que tenían que grabar planos de los músicos y que no hacia falta que la cantase de nuevo, que la había hecho perfecta, Paul, que se dirigía a esa voz hablando por el micro, le contesto con un rotundo "No", quería volver a cantarla como agradecimiento a sus incondionales, y así fue, gesto que los allí presentes le agradecimos enormemente.
No estábamos presenciando a Paul en un concierto cualquiera, estábamos viendo a Paul trabajando. Otra cosa curiosa fue que la canción con la que abre los conciertos de la gira y con la que abrirá el especial que se estaba grabando, "That's Where I Belong" fue interpretada a mediados de este mini concierto, Paul debía de aparecer de entre bastidores con los primeros acordes instrumentales de dicha canción y saludar al respetable. La preparación fue una cosa curiosa, primero los encargados de realización se dedicaron a poner las cosas en su sitio y ordenadas, reponiendo las púas en el micrófono, las botellitas de agua de Simon ya empezadas, los músicos se tenían que secar el sudor, muchos pequeños detalles necesarios para que al ver el video no den el cante. Incluso Paul Simon dio un paseito de prueba desde bastidores hacia la guitarra para que todo saliese perfecto. Bueno pues llegaba la hora a la voz de acción, empezaba la música y Paul aparecía desde la penumbra, los allí presente haciendo el papelón nos teníamos que levantar y aplaudir mas fuerte que nunca, y Paul haciendo aun mas papelón que nosotros hacia como si saludase al publico de los anfiteatros, un detalle que nos resulto muy divertido teniendo en cuenta que como hemos dicho antes solo estaban completas las 4 primeras filas.
Concluida la experiencia, que pocos podrán olvidar, el legendario cantautor nos asombra al sentarse a pie de escenario para que sus fans puedan acercarse, saludarle, hacerse fotos... Los cuatro camisetados acuden con sus cámaras y llenos de nervios hacia el, uno fotografía al otro y el otro al uno. A Aitor se le descompone la cara cuando, con Paul posando junto a él, Javi es incapaz de hacer funcionar el flash. Paul sonríe ante la situación. Todos consiguen varios autógrafos: en el programa, en la entrada, en la cubierta de algún disco, incluido el vinillo de Graceland de Aitor del que tanto nos reimos los dias anteriores, al final quien rie el ultimo rie mejor. Y nos fotografiamos con él; solos e incluso juntos. Javi llega a cruzar algunas palabras, le explica que vienen desde Sevilla, España, y le pregunta que cuándo ira por allí. Paul, siempre encantador, le contesta que le encantaría, que tal vez en verano. Mientras, Nicolas está sacando su guitarra para que Paul se la firme. Y en eso está el cantante cuando sus seguidores le piden que toque algo. Finalmente lo hace, improvisando una melodía tan mágica como aquel momento... que tenía que terminar. Alguien se acerca a Paul y le dice que es hora de irse. Agradecen a todos su presencia allí.

Los chicos van saliendo, aun incredulos, alucinando con sus firmas, sus fotos y algún que otro documento que han conseguido, como la lista de canciones o el programa de producción del vídeo. Ya en el exterior, esperan durante unos minutos la salida de Steve Gadd y Bakiti Kumalo, pero se hace tarde, hay que coger el tren de vuelta. Así que se despiden de la traductora australiana, de la fan portuguesa y del resto de los rostros conocidos. Ya se ha ido la luz, y tienen una hora para llegar a la estación y abandonar París.

Homeward bound, I wish I was
Homeward bound
Home, where my thought´s escaping
Home, where my music playing
Home, where my love lies
Waiting sintly for me

Ya en el coche cama, esta vez sin chino y con dos días y una noche mágicos y agotadores a la espalda, caen dormidos enseguida. Sin los juegos ni largas parrafadas de la primera noche. Sólo algunos pocos comentarios sobre dos conciertos, dos días, que difícilmente habrían podido imaginar.

 

Jueves, 2 de noviembre
Temprano, llegan a Madrid, donde pasan la mañana visitando tiendas de música, oficiales o no. Paco compra el vídeo del concierto en África de Paul y Javi un cancionero del Simon & Garfunkel´s Greatest Hits y un LP de Kris Kristofferson. También revelan las fotos del acontecimiento; geniales todas ellas.
En el autobús duermen un poco, y organizan las copias de las fotos que quiere cada uno. En total, tendrán unas 60 o 70 imágenes para el recuerdo. Ya no suenan en sus cabezas temas míticos evocados por la escena, sino los mejores momentos de las noches pasadas. Momentos que, la emoción, el cansancio, la ansiedad, difuminan en gran medida, otorgándoles un halo extraño, casi mágico... casi creados con el material con el que se forjan los sueños.

Won´t you run to see St. Judy´s Comet roll across the sky
And leave a spray of diamonds in its wake
I long to see St. Judy´s Comet sparkle in your eyes
When you awake, when you awake

 



Página Principal