Paul Simon

por Guillem Balague

 

Para muchos, Paul Simon es uno de los grandes compositores de música popular del siglo. Cuanto menos, algunas de sus canciones son memoria colectiva de naciones enteras y de varias generaciones. Sin embargo, si uno le pregunta cómo lo hizo para convertirse en una voz tan poderosa, el cantante de Nueva Jersey responderá simplemente: "He tenido mucha suerte. Desde luego, el talento es un regalo divino, pero para ser conocido en este mundo necesitas mucha suerte. Nunca lo he olvidado. Podía haber nacido en Alemania u Holanda y hoy no estaría aquí para esto".
"Aquí" es la cafetería de uno de los hoteles más elegantes de Londres. Y “esto” es la presentación de la caja de tres discos compactos que, bajo el título de Paul Simon 1964/1993, pretende resumir la carrera del cantante. Y da la impresión de que no hay modestia en sus palabras, sino un juicio distanciado, sin más. Otro ejemplo: cuando el cantante americano lee comentarios sobre sus trabajo del estilo: “Simon ha creado más canciones populares que cualquier otro compositor de su generación” (Philip Glass lo escribe en el ensayo que acompaña los tres discos), al cantante se le escapa una sonrisa. El autor de Bridge Over Troubled Water, Mrs. Robinson o Still Crazy After All These Years no lo tiene tan claro. “Philip se olvidó de Laurie Anderson, de Paul McCartney, de John Lennon o de David Byrne”.

Dejémoslo, pues en que 29 años de trabajo musical le han proporcionado un importante hueco en el Olimpo de los músicos del siglo Sin embargo, ese mismo tiempo de presencia constante en los medios de comunicación no se traduce en soltura o en tranquilidad cuando toca “enfrentarse” -en su propia expresión- a la prensa. Y así, Paul Simon ofrecerá una imagen gris y torpe en la multitudinarias ruedas de prensa -como la que precedió a esta entrevista- para convertirse  en un conversador lúcido cuando la presencia de periodistas se reduce.
“No me siento a gusto. Todo esto me sobrepasa. De todos modos, hubiera sido mucho peor que fuera un sex symbol o algo así. Es lo que te digo: he tenido suerte. Gente como Mick Jagger tiene que dar de sí mismo lo más sexual y joven que tiene. Yo, sin embargo, me evito la vergüenza de actuar como su fuera un crío con los 51 años que tengo”.
“Musicalmente, todo empezó en Nueva York”, cuenta Simon con un algo de alivio por haber conseguido desplazar la conversación hacia su trabajo. “De jóvenes escuchábamos una variante de rock’n’roll provincial, mezcla de diferentes sonidos, especialmente portorriqueños. Algo de esto queda todavía en mi trabajo”. De sobra son conocidos su gusto por conglomerados musicales y sus colaboraciones con músicos surafricanos (Graceland, 1986), con “Los Incas” (El condor pasa, 1970) o con grupos de “góspel”. Su último disco, Rhytm of the saints combina sonidos de Manhattan, del oeste de África y Sudamérica.

A través de los tres discos se aprecia cómo sus canciones progresan desde una primera influencia considerable de Bob Dylan y The Beatles hacia una mezcla de sonidos que han acabado siendo reconocidos como su propio estilo. Simon & Garfunkel sonaba muchas veces como una buena versión de Dylan –en el caso de El Sonido del silencio que, de hecho, fue grabado con sus músicos y su productor- o de The Beatles –algunas partes de The Boxer, fueron robadas de Hey Jude, admite Simon-.
Una pregunta se hace obligada cuando se repasa la carrera del dúo más importante de la era del rock. Si Simon escribía las canciones y hacía casi todos los arreglos ¿en qué consistía la contribución de Garfunkel? “Era mi mejor amigo. Habíamos estado cantando desde los 13 años, así que nos conocíamos a la perfección. Pasamos de la nada a la fama internacional juntos. A él le encantaba lo que yo escribía. Nos lo pasábamos muy bien. Pero por encima de todo estaba su voz. Era perfecta para combinarla con la mía”.
Sin embargo, apenas tuvo que esforzarse para reorientar su carrera cuando decidieron separarse. “Me sentí más libre, más feliz. Tuve un bajón importante, pero salí de éste con la sensación de que ya no buscaba imitar a nadie, sino que había encontrado mi propio sonido”. Y entonces llegó Graceland (1986): la entrada en el mercado popular de la música del tercer mundo, el renacimiento de Simon, la confirmación de que en un álbum se pueden condensar –de nuevo- ideas musicales, culturales y políticas.

A todo esto –Le pregunté a Simon, intentando cambiar el tono de mi voz, haciéndola más personal; el cantante se recostó en su silla como alejándose de algo que sabe que no le va a gustar-, dos matrimonios se le rompieron en las manos. De su primera mujer, la feminista Peggy Harper, tuvo un hijo, Harper, de 19 años y también músico. “Harper y yo nos llevamos muy bien. De hecho, nos fuimos juntos de vacaciones al Amazonas”, explica Simon.
Su segunda mujer fue la actriz de La guerra de las galaxias, Carrie Fisher. El año pasado se volvió a casar con la cantante tejana Edie Brickell, de 26 años, y seis meses atrás la pareja tuvo su primer hijo, Adrian. De momento, ambos pasan la mayor parte del tiempo en un estudio de grabación de Nueva York trabajando en su primer disco conjunto y en la producción del tercero en solitario de Edie.
Su régimen de trabajo ha tenido una consecuencia desastrosa en su vida privada. “Trabajo cada día de 9 de la mañana a 6 de la tarde. Ya sé que he escrito menos de 150 canciones durante mi carrera, pero es que no soy especialmente productivo, más bien un trabajador lento. Tanto Carrie como Peggy me acusaron de trabajar en exceso, en realidad fue la causa principal de nuestra separación, y tenían razón”.
Al tiempo que graba con Edie, la cabeza de Simon va ahora de los escenarios (este mes, el cantante realizará una serie de conciertos, en compañía de Art Garfunkel, que repasarán toda su carrera) a las calles más pobres de la ciudad de Nueva York: de momento ya ha recaudado un millón de dólares destinados a dar vivienda a los que no tienen. “Oficialmente, se dice que hay 15.000 niños sin casa. Es increíble. He estado en los sitios donde viven y es como el Tercer Mundo. No me fue posible quedarme con los brazos cruzados”.



 

16 de Octubre de 1993
Magazine de El Mundo

 

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