01. The
Obvious Child
02. Can't Run But
03. The Coast
04. Proof
05. Further To Fly
06. She Moves On
07. Born At
The Right Time
08. The Cool, Cool
River
09. Spirit Voices
10. The Rhythm Of The
Saints
Publicado en Octubre de 1990.
Referencia: Warner Bros 9 26098-2.
Producido por Paul Simon.
Ingeniero de sonido: Roy Halee.
Diseño del album: Yolanda Cuomo.
Fotografía de la portada: Miguel Rio Branco.
Fotografía de la contraportada: Bruno Barbey
"The Rhythm of the Saints fue infravalorado en el momento de su publicación. Ahora, está casi al nivel de Graceland. En su momento, la gente estaba un poco decepcionada porque no era tan accesible. Lo entiendo. Graceland se parecía mucho al rock 'n' roll de los 50: tres acordes, acordes mayores, compás de 4/4. Rhythm of the Saints era todo percusión. Los polirritmos eran mucho más diferentes y empecé a escribir cambios mucho más atrevidos que los del material sudafricano de tres acordes. Llevó un tiempo [apreciarlo] y fue gracias a la comunidad de músicos: primero los baterías luego los guitarristas y después los compositores, que dijeron: 'Oye, esto es tan bueno como Graceland".
Paul Simon (Billboard, 2011)
Después del éxito monumental de Graceland, Paul Simon se encontraba ante un dilema creativo. ¿Cómo continuar una obra que había redefinido el pop y elevado su carrera a un nivel global? Durante buena parte de 1987, Simon se debatía entre dos caminos: escribir un musical basado en la historia del pandillero neoyorquino Salvador Agrón —un proyecto que más tarde cristalizaría en The Capeman— o embarcarse en un nuevo álbum que prolongara la exploración de las músicas del mundo iniciada en Graceland. Ambas opciones implicaban riesgos. Volver a Broadway tras el discreto paso de One-Trick Pony parecía temerario, y un “Graceland II” podía ser recibido como un intento de repetición.
La decisión se decantó por la música tras una conversación decisiva con Quincy Jones, quien le animó a mirar más allá de Sudáfrica y a explorar los ritmos del África occidental. Al mismo tiempo, el pianista Eddie Palmieri le habló de las conexiones entre los tambores africanos y las tradiciones rítmicas del Caribe y de Brasil, mientras que el brasileño Milton Nascimento le invitó a descubrir en persona el universo de los percusionistas de su país. Aquellas tres conversaciones dieron origen al nuevo viaje musical de Simon.
En febrero de 1988 voló a Brasil acompañado del ingeniero Phil Ramone, ya que su colaborador habitual Roy Halee no estaba disponible al principio. Con la ayuda del productor Marco Mazzola, Simon grabó en estudios de Río de Janeiro y Salvador de Bahía. Mazzola le presentó al Grupo Cultural Olodum, un colectivo afrobrasileño que usaba la música como forma de resistencia y afirmación identitaria. Las sesiones se realizaron en la plaza Pelourinho, en el casco antiguo de Salvador, donde Ramone colgó micrófonos de los postes telefónicos para capturar el sonido directo de la percusión callejera. Aquellas grabaciones, llenas de energía, sirvieron de base para The Obvious Child, el tema que abriría el álbum.
Durante los siguientes dos años, Simon viajó cuatro veces a Brasil y realizó también sesiones en Nueva York, Londres y París. Cuando Roy Halee se reincorporó al proyecto, su trabajo técnico fue decisivo. Halee se enfrentó a un desafío monumental: mezclar decenas de pistas de percusión, guitarras, vientos y voces hasta lograr un sonido tridimensional, donde cada tambor tuviera espacio y profundidad sin perder la sensación de inmediatez. “Roy entendía cómo dar forma al caos”, diría Simon. “Su oído hacía que todo respirara”.
El método creativo de Simon siguió el modelo que había desarrollado en Graceland, pero lo llevó aún más lejos. Primero trabajaba con los percusionistas, estableciendo los patrones rítmicos; luego, a partir de esas bases, desarrollaba melodías y letras. “Esperé a que las melodías y las palabras surgieran de las pistas”, explicó. “Los tambores tienen su propia tonalidad, y cuanto más los escuchas, más te sugieren sonidos y frases”. Este proceso de escucha paciente y de escritura “a posteriori” convirtió la percusión no en acompañamiento, sino en la esencia estructural de las canciones.
La producción fue enorme: casi un centenar de músicos y cantantes participaron en el álbum, cuyo presupuesto superó el millón de dólares. Simon grabó con percusionistas brasileños, con el grupo Uakti de Minas Gerais, con parte de los músicos sudafricanos de Graceland, con músicos estadounidenses como Michael Brecker, J.J. Cale y Greg Phillinganes y con los cameruneses Armand Sabal-Lecco y Vincent Nguini, cuya contribución resultó esencial. Nguini no solo aportó texturas y estilos únicos al álbum, sino que a partir de este proyecto se convirtió en un colaborador habitual de Simon, participando en grabaciones posteriores y en las giras como miembro fijo de su banda. La mezcla de culturas fue ambiciosa, pero Simon logró mantener una coherencia estética. La percusión afrobrasileña se entretejía con guitarras africanas, saxos de jazz y texturas electrónicas, generando una atmósfera rítmica y espiritual.
Simon también llevó a varios de estos músicos a Estados Unidos para continuar el trabajo en Nueva York, donde las grabaciones se completaron bajo la dirección conjunta de Halee y Ramone. El resultado fue un álbum de una precisión sonora excepcional, pero también cargado de misticismo. El propio título, The Rhythm of the Saints, hacía referencia a la creencia, presente en el candomblé y otras religiones afroamericanas, de que el espíritu habita en los tambores. Para Simon, la idea de que el ritmo fuera un medio de comunicación con lo divino conectaba la música con la fe, la comunidad y la historia.
Las canciones del disco reflejan esa búsqueda espiritual y existencial. The Obvious Child combina la percusión atronadora de Olodum con una letra introspectiva sobre el paso del tiempo y la pérdida. La frase “the cross is in the ballpark” —que Simon interpretó como una metáfora de las cargas humanas, pero también de su capacidad para sobrellevarlas— se convirtió en uno de sus versos más recordados. The Cool, Cool River amplía esa visión: un retrato de desesperanza urbana que, sin embargo, encuentra consuelo en la fe y la solidaridad. La canción estaba impregnada de la tristeza de Simon por la enfermedad de su padre, Lou Simon, pero también de la esperanza en las generaciones futuras. “Tienes que creer que algunos problemas se pueden resolver”, dijo. “Si no, vivirás paralizado por el pesimismo”.
Otras piezas, como Born at the Right Time, nacida en los días del derribo del Muro de Berlín, y Spirit Voices, inspirada en un viaje de Simon por el Amazonas y su encuentro con un chamán que le administró ayahuasca, expanden el álbum hacia lo mítico y lo personal. En ellas, el compositor combina observación política, reflexión espiritual y una apertura total hacia lo desconocido.
Cuando Warner Bros. le urgió a entregar el disco antes de la fecha límite para los Grammy, Simon se negó a sacrificar la secuenciación y la mezcla. The Rhythm of the Saints se publicó finalmente el 16 de octubre de 1990, apenas dos semanas después del cierre de inscripciones. Aun así, fue nominado al Grammy al mejor álbum y alcanzó el número 4 en las listas de ventas de Estados Unidos, permaneciendo más de un año en ellas y vendiendo más de dos millones de copias. Aunque no repitió el éxito comercial de Graceland, la crítica lo celebró como una obra audaz, compleja y profundamente emocional.
En Rolling Stone, John McAlley elogió su audacia: “Muchas de estas canciones son impresionistas, no lineales, y requieren varias escuchas antes de que su forma emerja; pero cuando lo hacen, el resultado es visceral y luminoso”. Décadas después, su esposa Edie Brickell declararía que The Rhythm of the Saints era su disco favorito de Paul Simon.
En conjunto, el álbum representa la madurez total del compositor: un proyecto de inmersión cultural y espiritual donde cada ritmo parece un eco de antiguas plegarias. Si Graceland fue el descubrimiento, The Rhythm of the Saints fue la contemplación. Simon ya no buscaba solo integrar tradiciones musicales, sino comprender el pulso común que une a todas ellas: el ritmo como lenguaje universal de lo humano y lo divino.